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El Silencio en Movimiento

La Luna en los Almendros, primer libro adaptado a la Lengua de Señas Colombiana

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Los libros suelen ser mundos diversos a los que todo el mundo tiene el privilegio de poder acceder. O bueno, casi todos, excepto a quienes no los han tenido en cuenta. Escribir es un arte dirigido a distintos públicos que a su manera serán transformados de acuerdo con su historia y la forma en que se ha narrado. El papel, a su vez, es de las pocas pruebas de que el mundo ha existido y, al mismo tiempo, da cuenta de que en este campo de la literatura muchos seres vivos nunca han existido. Con esto no nos referimos a las fantasías, ni a la ficción, ni mucho menos a las fábulas de relatos irreales. Sin embargo, irónicamente nuestra realidad es una mezcla de todo aquello.

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Si escribir es un arte, leer resulta siendo todo un placer. Transforma mundos, crea ideas, implanta valores, derrumba barreras, etc., etc., etc. Es un universo sin fondo, sin inicio, libre de elección e interpretación y lo único que es necesario es sentir el deseo de leer un solo libro.

Todo lo anterior se cae cuando las personas desean un libro, exigen nuevos mundos, necesitan de esos valores, aspirar a derribar barreras etc., pero es este mundo diverso el que tiende a homogenizarse. Entonces, se vuelve selecto dentro de la igualdad y desinteresado en medio de la pluriculturalidad.

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Por eso, acceder a la lectura no es para todo público y más cuando este público tiene una limitación auditiva. Tal vez todo hace parte de un desconocimiento que apela al desinterés o a pensar que el otro, en este caso el sordo, percibe la realidad de la misma forma como la perciben los oyentes. Y no es así. Cuando la comunicación se ausenta del ser humano este deja su propia esencia y se convierte en un individuo aislado.

Los sordos tienen su propia lengua que, a diferencia del oyente, es netamente viso gestual. Si bien es un deber incentivarlos a leer en español, resulta mucho más real un lector que ha sido leído por un libro que un libro obligado a ser leído. Entonces, hay que comenzar a entender que no solo se leen palabras sino también aquellas voces a través de las señas que se transmiten desde el cuerpo.

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El 27 de abril de 2019 pasó a ser uno de los días más simbólicos tanto para las artes como para las letras y, principalmente, para las personas sordas en Colombia. Aquel sábado por la mañana, la separación entre el libro y un lector silencioso quedó en el olvido. Por primera vez en el país, en la Biblioteca Luis Ángel Arango, en el centro de Bogotá, se llevó a cabo el libro La Luna en los Almendros adaptado a la Lengua de Señas Colombiana. Apoyado por el Banco de la República, INSOR y la Fundación SM, esta obra trascendió de las letras a los signos y de la inexistencia a la realidad.

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Escrito por Gerardo Meneses, este libro narra la historia de Enrique y su hermano, dos niños que en su inocencia viven el conflicto armado de Colombia en un pueblo del departamento del Huila al sur del país.

“En medio de la inocencia, de la niñez, ellos deben enfrentar la realidad de un país que se debate entre la belleza, la riqueza de sus paisajes y sus gentes, y los conflictos que lo acosan. Los niños, sin buscarlo, se verán involucrados en un episodio que cambiará por completo sus vidas y las de sus padres. Una obra que aborda el conflicto a partir de una fina sensibilidad, sin retórica, ni excesos dramáticos y que presenta la realidad sin tomar partido”, escribe.

Contar los muertos sin eufemismos

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Para que este proyecto viera la luz, fue necesario realizar un intenso y riguroso trabajo que tardó alrededor de un año. Si el conflicto armado en Colombia es un asunto complejo de mirar, tocar, entender y abordar por su sensibilidad, explicarlo resulta siendo una cuestión mucho más difícil y más cuando se debe hacer de forma visual sin que esta sobrepase los límites del respeto y la verdad evadiendo el morbo y la espectacularización en el escenario.

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Por esta razón, antes de recrear el libro y adaptarlo a esta lengua signada, la Biblioteca Luis Ángel Arango e INSOR llevaron a cabo una iniciativa llamada Señas para la Paz la cual permitió recoger un amplio vocabulario de 57 vídeos divididos en cuatro grupos temáticos, lo que facilitó la comprensión de temas de discusión en el escenario público a raíz del Proceso de Paz en Colombia.

Conflicto entre lenguas

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Andrés Marulanda y Alejandro Márquez fueron las dos personas sordas pertenecientes al equipo de producción y traducción del libro que estuvieron en su lanzamiento. Para ellos, esta no es una traducción sino una adaptación puesto que durante el estudio del lenguaje tuvieron varias discusiones sobre metáforas o expresiones utilizadas en la Lengua Castellana pero que en su lengua no se conocen o no tienen una seña asignada.

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Dicho proceso de adaptación contó con la participación de 19 profesionales incluidos el autor y Daniel Rabanal, ilustrador argentino quien se encargó de plasmar el contexto a través de los dibujos.

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“Para realizar las ilustraciones desde Buenos Aires, fue necesario que el grupo coordinara con Gerardo para poder ir a Pitalito y todas estas veredas allegadas, registrar los lugares en fotos y enviármelas. Resulta que yo había empezado con mis bocetos, montañas, personas y casas, pero surgió un curioso y agradable problema. Solemos pintarles techo a las casas, porque así las identificamos, pero el techo siempre es rectangular y para sorpresa mía las casas allí tenían el techo plano y estaban construidas como con latas. Entonces boté lo que tenía y volví a empezar”.

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Para él todo esta cultura de sordos resultaba muy extraña, pero hoy se convence de que es un mundo que vale la pena conocer.

A pesar de que entiende muy bien el contexto colombiano, pues vivió alrededor de dos décadas aquí, para Daniel era un reto plasmar la realidad de un conflicto y entender la percepción de los niños frente al mismo.

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“Recuerdo una parte en la que el niño queda impactado con una ‘guerrillerita’ y mientras va de camino con su familia se menciona que él pensaba en esta jovencita. Entonces me preguntaba cómo ilustrar ese recuerdo y decidí realizar dos dibujos, uno de él con sus papás y hermano por la trocha y otro de él en el mismo lugar, pero con la muchachita”, expone.

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La lengua de señas en algunas ocasiones tiende a dramatizar acciones para que se entienda el contexto por lo que se tuvo especial cuidado en no contar lo que se estaba viendo o viceversa. “Las ilustraciones son un intérprete más de la obra. Había que ser muy cuidadosos para no redundar entre lo que se dice y lo que se ve. Lo siento mucho por los oyentes que no conocen este mundo”, finaliza.

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Ha sido todo un trabajo posible gracias al amor y compromiso de cada persona que aportó en esta obra. Para todos ellos es un orgullo y para la población sorda una barrera superada y la demostración de que un mundo inclusivo sí es posible.

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Admirar esta adaptación es insuficiente frente al asombro que genera ver las múltiples capacidades que tienen los sordos y que la población oyente le hace falta. Tal como lo define el equipo, “ponerse de acuerdo entre INSOR (en Bogotá), Daniel (en Buenos Aires) y Gerardo (en Pitalito) no es un acto de caridad” y la reflexión, moraleja o enseñanza que queda de esto es comenzar a ver el mundo desde otras capacidades y aprender a disfrutar del silencio en movimiento.

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